Entre burnout, espíritus y café
Hoy escribo esto desde mi cama, incapacitada por estrés y también, confieso, con un poco de sensación de abstinencia porque bajé mi dosis diaria de café. Es una decisión que tomé por cuenta propia y que te explico más adelante en este escrito. Y mientras me repito esa frase tan colombiana de “hay que darla toda”, pienso: ¿quién nos metió esa idea en la cabeza? ¿Quién nos convenció de que el éxito se mide por cuánto logramos producir y no por lo que nos queda de energía para vivir? Porque, seamos honestos: si “la damos toda” en el trabajo, ¿con qué nos quedamos?
Es curioso porque semanas atrás hice un post sobre conocer los ritmos propios para evitar el burnout. Sin embargo, la vida juega sus cartas y me enseña a ser más humilde, pero especialmente, me invita a predicar y aplicar, o como dicen ahora, a ser coherente. Qué difícil, ¿verdad?
Sin más preámbulo, entremos en materia.
El miércoles pasado di un taller virtual sobre mi libro Buscando los fragmentos de mi padre para la comunidad LGBTI de la localidad de Santa Fe, en Bogotá - Colombia. En medio de ello, uno de los participantes dijo algo que todavía resuena en mi mente: “los pensamientos son espíritus”. Qué poderosa definición. En el sintoísmo japonés se cree que todo tiene un espíritu, y yo no dudo que sea así. Estos días siento que me acompañan demasiados: el espíritu del trabajo, el del café, el de la empresa, el de mis equipos, el de mis proyectos, el de mi libro, todos empujándome a avanzar, todos hablándome a la vez, al punto de que terminan agotándome.
¿Por qué tanta locura? La verdad es que mi trabajo me exige demasiado. Liderar tres equipos geolocalizados y de forma virtual implica estar disponible, concentrada, con respuestas a la mano y siempre un paso adelante. Y claro, ahí entra el café. El café tiene un espíritu particular que en la calma y la tertulia se vuelve un aliado para conversar, crear y soñar, pero en el trabajo se transforma en un combustible ficticio. Me empuja a producir lo que no siempre quiero, lo que no siempre siento en el corazón, pero que debo cumplir por obligación. El problema es que cuando el espíritu del café se une al de la empresa y al de cada equipo, la alianza puede convertirse en tormento. Por ello, decidí conscientemente bajar mi dosis de café y limitarme a una taza al día. Si no me da la concentración, es porque simplemente no tengo el foco para las tareas de mi día a día, y tendré que aprender a aceptar el resultado y la consecuencia de este experimento.
Y es que además, el fin de semana, tras un ejercicio fuerte de introspección, terminé llorando. Descubrí lo que parecía obvio: dejé de jugar y me tomo la vida demasiado en serio. Y lo peor es que tardé años en verlo. He asociado mi valor personal a mi trabajo, y para aliviar esa carga lo extendí también a la venta de mi libro. Ya no pongo el 100 % en un solo lado; ahora quiero el 100 % en todo. Absurdo, ¿no? Una receta perfecta para el agotamiento.
Y aquí confieso otra cosa: hasta la semana pasada consumía una libra de café por semana, más de cuatro tazas al día. En apariencia me mantiene despierta, pero en realidad solo me está obligando a correr como si fuera un carro diseñado para 60 km/h al que intento forzar a 140km/h. Eso es autodesgaste, no es productividad.
De ese sacudón interno y de la incapacidad que me acompaña hoy, surgieron algunas decisiones concretas que comparto contigo como un acto de resistencia personal:
Respetar mi autonomía como manager/gerente. No siempre puedo, pero voy a pelear por arrancar el día más tarde y darle tregua a mi cuerpo.
Meditar cada mañana al despertar. No necesito una hora; con media basta. Pero no volveré a negociar ese espacio conmigo misma.
Mover el cuerpo. Aunque solo sea caminar en la banda del gimnasio, el ejercicio es lo que me mantiene cuerda.
Reducir el café. No más engañarme con un combustible que me acelera mientras me vacía energética y espiritualmente.
Quitarle solemnidad al trabajo. Cumplir, sí, pero también abrirle espacio a lo que me apasiona: talleres, conferencias, ver películas, leer manga, dibujar.
Dar tiempo a mi libro. No necesito resultados inmediatos. Puedo construir mi comunidad de lectores con paciencia, sin medir mi valor en ventas o convenios.
El burnout es la consecuencia lógica de una cultura que nos exige darla toda hasta vaciarnos. Y yo ya no quiero vaciarme. Prefiero guardarme algo, porque descansar, jugar y detenerse sin culpa también son actos de liderazgo.